domingo, 22 de noviembre de 2009

Baldomero Fernández Moreno


Estimado lector: Con la sencilla reseña que les presento a continuación pretendo inaugurar y compartir con ustedes una serie de modestos homenajes a través de los cuales podremos recordar con admiración y respeto a todos aquellos que, con su dedicación y su obra, nos han permitido apreciar la secreta belleza que encierra el maravilloso arte de la palabra escrita. En ésta ocasión nos ocuparemos del Sr. Dr. Baldomero Fernández Moreno.

Nacido en el año 1886 en el porteño barrio de San Telmo e hijo de padres españoles, pasó los años de su infancia en España hasta el despertar de la adolescencia, regresando a Buenos Aires en 1899 y afincándose en una casona ubicada sobre la calle Rivera Indarte, en el barrio de Flores Sur. A la vez que completaba sus estudios de Medicina, profesión que ejercería a la par de su vocación poética, comenzó a escribir sus primeros versos publicando finalmente en 1915 su primer obra: "Las iniciales del misal". Contaba entonces 29 años.

A partir de aquí, Fernández Moreno comenzaba a despegarse literariamente de la ostentación del Modernismo para cultivar un estilo propio, llano y realista, inspirado y encuadrado dentro de la corriente denominada Sencillismo. En efecto, sus versos presentan una premeditada simpleza sin perder por ello profundidad ni fuerza, teniendo la virtud de rescatar la poesía oculta en las cosas simples y cotidianas. En su obra se observa una marcada inclinación nacionalista basada en temas autóctonos como la renovada visión de la estética porteña y la admiración por los apacibles paisajes provincianos, conservando a la vez una vigente universalidad.

Fallece en Buenos Aires en el año 1950 víctima de un derrame cerebral a los 64 años de edad.

De su obra compartiremos uno de sus sonetos más logrados y conocidos, en el que puede apreciarse una acabada técnica que transforma la sencilla visión de un repetido escenario en fuerza poética que trasciende los ojos y llega al alma del lector sensible.


SETENTA BALCONES Y NINGUNA FLOR


Setenta balcones hay en ésta casa,

setenta balcones y ninguna flor.

A sus habitantes Señor, ¿Qué les pasa?

¿Odian el perfume, odian el color?


La piedra desnuda de tristeza agobia,

¡Dan una tristeza los negros balcones!

¿No hay en ésta casa una niña novia,

no hay algún poeta bobo de ilusiones?


¿Ninguno desea ver tras los cristales

una diminuta copia del jardín,

en la piedra blanca trepar los rosales,

en los hierros negros abrirse un jazmín?


Si no aman las plantas no amarán el ave,

no sabrán de música, de rimas, de amor.

Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!


Baldomero Fernández Moreno



domingo, 8 de noviembre de 2009

ROCO

Al entrar sintió que todas las miradas se clavaban en él. Su aspecto citadino contrastaba con la rusticidad del lugar y los parroquianos, hombres fieros y moldeados por el rudo trabajo en el bosque, lo observaron con mirada torva y desconfiada.
Observó desde la puerta el interior del tugurio y lo reconoció enseguida. Se dirigió resueltamente hacia el mostrador donde se hallaba un tipo enorme de rasgos aindiados y pelo hirsuto. De su camisa arremangada sobresalían dos brazos gruesos y fuertes que terminaban en manos como tenazas. No era muy diferente de como ella lo había descripto.
Rodríguez se acercó a él hasta ponerse a su lado.
-Disculpe, buenas noches. Estoy buscando al señor Roco.- dijo al tiempo que se acodaba sobre el mostrador. El otro lo miró apenas girando su cabeza.
-Qué necesita?.- preguntó secamente a modo de presentación. Rodríguez comprendió que debía ir al grano y dejar las formalidades para otra ocasión.
-Mi nombre es Jorge Rodríguez y necesito hablar con usted. Debo pedirle un favor.
-Sí, y?
-Debo ir a Las Cuevas mañana y necesito un baqueano que sepa cruzar la espesura.-explicó.
El otro se enderezó sobre sí mismo con una mueca de desinterés.
-Y por qué iba yo a hacerle un favor a usted?.- preguntó sin mirarlo.
-Bueno..., anoche estuve con Rosita. Dijo que usted es el mejor.
Rosita era la hermana del tal Roco y trabajaba de prostituta en un bar al otro lado del pueblo, lo cual molestaba mucho a su hermano. Pero él siempre estaba dispuesto a protegerla y no era un tipo de andarse por las ramas. En una ocasión la chica conoció a un hombre y se fué a vivir con él. Al tiempo el sujeto comenzó a maltratarla hasta que un día Roco dijo a su hermana: -No volverá a pegarte.- El novio desapareció misteriosamente esa misma noche. A la semana encontraron en un monte vecino lo que quedaba de su cuerpo, ya putrefacto y comido por las alimañas. Ella fué siempre la debilidad de Roco y nombrarla era una especie de salvoconducto frente a la bestia. Al oír su nombre, los rasgos del indio parecieron suavizarse.
-Sí, recibí un recado de ella. Dijo que un gringo vendría a verme. ¿En qué anda la turra? ¿Cómo está?- preguntó el grandote, y agregó: -Hace mucho no viene a verme.
-Está bien. Hace lo de siempre pero ella está feliz.- contestó Rodríguez mientras pedía una botella de tinto, sabedor que la bebida facilitaría el diálogo.
-Es una buena chica - dijo el otro acercando instintivamente su vaso - ¿Y usted qué quiere?
Su rostro había recuperado la dureza inicial.
-Como le dije, necesito ir a Las Cuevas. Tengo entendido que la única forma de llegar es tomando alguno de los dos senderos que salen de la estancia Nahuel Aiké, y ambos atraviesan la espesura. Por eso necesito un buen baqueano que conozca el bosque como la palma de su mano. No podría cruzarlo solo.- explicó.
-Quizás no pueda ni siquiera con un baqueano.- contestó el hombre antes de vaciar su vaso de un solo trago, y agregó: - Muchos no han vuelto. Y dígame, ¿para qué quiere ir?
-Le diré la verdad: escribo para un diario de Buenos Aires y me enviaron aquí para hacer una nota sobre un supuesto desvío de fondos.- explicó Rodríguez - ¿Recuerda el hospital nuevo que prometió el intendente Franco? Bueno, parece ser que los fondos fueron empleados, digamos...para otros fines.
-¡Já! - rió el indio - ¡Franco! Si lo conoceré yo a ese hijo de puta! Antes de meterse en política venía a emborracharse acá.
-Es un excelente dato - contestó él - pero la nota no me interesa. La corrupción entre políticos ya no es noticia, pero me interesa Las Cuevas. Sé que allí han pasado cosas.
-¿Qué puede saber usted de lo que pasa acá, un pobre pueblo escondido al pié de la montaña?- preguntó Roco, a quien el tema parecía molestarle.
-Sé más de lo que usted cree, tengo mis fuentes - respondió Rodríguez mientras llenaba de nuevo los vasos - Sé que desapareció un baqueano y que el comisario dispuso una partida de cinco hombres más él para buscarlo en la espesura.- hizo una pausa y agregó: - También sé que regresaron sólo tres.
El otro lo miraba fijamente sin decir palabra.
-Quiero saber que hay allí - continuó Rodríguez - y lo haré de cualquier modo, con su ayuda ó sin ella. Claro que si cuento con usted será más fácil.
Se hizo un corto silencio y ambos apuraron sus vasos.
-Fué un suceso desgraciado - dijo finalmente Roco - jamás se supo nada.
-Sí se supo! - afirmó él - Se encontraron restos que fueron sometidos a análisis. Pude ver el dictámen del Dr. Langiano que actuó como forense. Sabe cual fué su veredicto?

(continuará)


©Horacio Benites

PASION

La búsqueda resulta a veces más pasional que el hallazgo, y el deseo más ardiente que la satisfacción.

PASION

Quisiera una noche dejar de soñar
y en mi lecho blando poderte encontrar.
A tus dulces ojos mirar sin hablar
y con mis labios húmedos tu piel navegar.


Tu cuello y tus senos despacio besar
y hasta tu tesoro dejarme llegar.
Oír tus suspiros, sentirte temblar,
y la miel de tu sexo poder saborear.


Y cuando tus pliegues comiences a mojar
y sienta en mi lengua que vas a explotar
tu fina cintura con fuerza abrazar
y todos tus huecos poder penetrar.


Una vez, dos veces, muchas veces más
tus suaves gemidos poder escuchar.
Y cuando tu volcán esté por estallar
darte más placer hasta oírte gritar.


Aunque pidas basta sé que mentirás,
y cuando mi torrente sienta desbordar
quisiera en tus labios de seda sin par
mi tibio néctar de amor derramar.


©Horacio Benites

BARRIO

El barrio 31 de Marzo no era muy diferente de los demás barrios que pululan por todo ese inmenso espacio que llamamos Gran Buenos Aires. A diferencia de las zonas más o menos céntricas, con mayor desarrollo a nivel edilicio y de infraestructura, los barrios presentan una fisonomía particular, con calles angostas y de asfalto irregular a cuya vera se suceden casas bajas y veredas de diferente aspecto y calidad según el vecino de quien se trate. El paisaje, relativamente homogéneo, se vé interrumpido cada tanto por la presencia de algún lote aún sin edificación alguna. Pero quizás la particularidad más notable del barrio sea su alma.
En efecto, éstas vecindades suburbanas tienen vida propia y esa vitalidad se manifiesta en forma de una amalgama de códigos, costumbres y actividades que le son propias y con protagonistas bien definidos, y el 31 de Marzo no era una excepción. Sin embargo, lo que daba al barrio su verdadero carácter eran los vecinos, toda gente trabajadora y decente por supuesto, pero vecinos al fin. Y aunque todos se prodigaban en público efusivas muestras de respeto mutuo aquí todos sabían quién es quién.
La intimidad era considerada algo sagrado, ó mejor dicho la intimidad propia. Cuando se trataba de los demás la cosa era diferente. No era cuestión de andar con chusmeríos, desde luego, pero había que cuidar la reputación del barrio. No era suficiente conocer un poco. Había que saberlo, si era posible, todo. Y para ésta encomiable tarea los vecinos echaban mano a una variedad de recursos.
Las escuchas a través de la medianera y los oteajes desde la terraza eran importantes, pero nada tan permanente e insidioso como el rumor. Cuando éste surgía, normalmente a partir de un comentario con apariencia nimia e inocente, se ponía en marcha toda una maquinaria tan voraz como implacable. Para colmo, el rumor tiene la virtud de reproducirse con rapidez y a medida que se propaga gana en volúmen y peso. Y en el 31 de Marzo no faltaban voluntariosos emisores ni escenarios adecuados.
El mercadito de Clemente y la feria de los Jueves eran privilegiadas tribunas que funcionaban como permanentes usinas de información fresca, y aunque el barrio en sí era bastante tranquilo siempre había alguna trifulca ó escandalete casero que amenizaba la semana. Los decesos merecían un tratamiento especial por una cuestión de respeto al difunto, al menos cuando eran recientes, pero no así los entuertos amorosos que gozaban de una merecida predilección. Cuando algún vecino caía víctima de un rumor de éste tipo el ó la infortunada debía actuar con rapidez y demostrar su inocencia a satisfacción, lo que no era poca cosa. De lo contrario, su historial quedaría manchado a perpetuidad. De manera que había que estar atento.
Como es de imaginar, la presencia de una cara nueva en el barrio producía entre los vecinos una mezcla de regocijo y desconfianza. Ya desde el vamos, el novato era monitoreado cuidadosamente y sometido a una silenciosa pero eficaz pesquisa. Había que saber toda la verdad, y si no se sabía toda bueno...para eso estaba el rumor.

(continuará)