domingo, 8 de noviembre de 2009

BARRIO

El barrio 31 de Marzo no era muy diferente de los demás barrios que pululan por todo ese inmenso espacio que llamamos Gran Buenos Aires. A diferencia de las zonas más o menos céntricas, con mayor desarrollo a nivel edilicio y de infraestructura, los barrios presentan una fisonomía particular, con calles angostas y de asfalto irregular a cuya vera se suceden casas bajas y veredas de diferente aspecto y calidad según el vecino de quien se trate. El paisaje, relativamente homogéneo, se vé interrumpido cada tanto por la presencia de algún lote aún sin edificación alguna. Pero quizás la particularidad más notable del barrio sea su alma.
En efecto, éstas vecindades suburbanas tienen vida propia y esa vitalidad se manifiesta en forma de una amalgama de códigos, costumbres y actividades que le son propias y con protagonistas bien definidos, y el 31 de Marzo no era una excepción. Sin embargo, lo que daba al barrio su verdadero carácter eran los vecinos, toda gente trabajadora y decente por supuesto, pero vecinos al fin. Y aunque todos se prodigaban en público efusivas muestras de respeto mutuo aquí todos sabían quién es quién.
La intimidad era considerada algo sagrado, ó mejor dicho la intimidad propia. Cuando se trataba de los demás la cosa era diferente. No era cuestión de andar con chusmeríos, desde luego, pero había que cuidar la reputación del barrio. No era suficiente conocer un poco. Había que saberlo, si era posible, todo. Y para ésta encomiable tarea los vecinos echaban mano a una variedad de recursos.
Las escuchas a través de la medianera y los oteajes desde la terraza eran importantes, pero nada tan permanente e insidioso como el rumor. Cuando éste surgía, normalmente a partir de un comentario con apariencia nimia e inocente, se ponía en marcha toda una maquinaria tan voraz como implacable. Para colmo, el rumor tiene la virtud de reproducirse con rapidez y a medida que se propaga gana en volúmen y peso. Y en el 31 de Marzo no faltaban voluntariosos emisores ni escenarios adecuados.
El mercadito de Clemente y la feria de los Jueves eran privilegiadas tribunas que funcionaban como permanentes usinas de información fresca, y aunque el barrio en sí era bastante tranquilo siempre había alguna trifulca ó escandalete casero que amenizaba la semana. Los decesos merecían un tratamiento especial por una cuestión de respeto al difunto, al menos cuando eran recientes, pero no así los entuertos amorosos que gozaban de una merecida predilección. Cuando algún vecino caía víctima de un rumor de éste tipo el ó la infortunada debía actuar con rapidez y demostrar su inocencia a satisfacción, lo que no era poca cosa. De lo contrario, su historial quedaría manchado a perpetuidad. De manera que había que estar atento.
Como es de imaginar, la presencia de una cara nueva en el barrio producía entre los vecinos una mezcla de regocijo y desconfianza. Ya desde el vamos, el novato era monitoreado cuidadosamente y sometido a una silenciosa pero eficaz pesquisa. Había que saber toda la verdad, y si no se sabía toda bueno...para eso estaba el rumor.

(continuará)

1 comentario:

  1. Muy buena crònica, entretenida e interesante, con mucha descripciòn y narraciòn. Enhorabuena Horacio, un saludo juan carlos rivera quintana

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